sábado, 29 de noviembre de 2014

Menstruación.

Utilizaba su placer como asidero centrando mi estabilidad en un punto de su anatomía, anclada a él. Dejaba caer dentro de su boca la saliva que le sobraba a mi sexo enfurecido de rabia y necesidad, dolorido a golpes de cadera incandescente. Encontraba en aquello el aliento y la hidratación suficiente cuando fallaban las fuerzas para seguir empujando, para continuar clavada a su sexo mediante sacudidas de falta de tiempo. Mi condición de mujer manchaba de rojo sábanas de un blanco inmaculado y aquella visión sagrada me excitaba aun más si cabe. Pronunciaba su nombre al compás de una respiración acelerada, cerca de su oído, mientras sentía latir la sangre del miembro en mi interior, reclamando la mía, que rebosaba. Sus manos llenas de mi se aferraban a una almohada tibia de ambos, hervían. Hervía en sus labios mi sangre. Hervía aquel cuerpo mientras el mío calmaba el calor a chorros de sudor salado, a bocanadas de temblores interrumpidos por sus dedos, que como llagas, intentaban quemar también lo único que allí se mantenía helado, mi conciencia.