sábado, 29 de noviembre de 2014

Menstruación.

Utilizaba su placer como asidero centrando mi estabilidad en un punto de su anatomía, anclada a él. Dejaba caer dentro de su boca la saliva que le sobraba a mi sexo enfurecido de rabia y necesidad, dolorido a golpes de cadera incandescente. Encontraba en aquello el aliento y la hidratación suficiente cuando fallaban las fuerzas para seguir empujando, para continuar clavada a su sexo mediante sacudidas de falta de tiempo. Mi condición de mujer manchaba de rojo sábanas de un blanco inmaculado y aquella visión sagrada me excitaba aun más si cabe. Pronunciaba su nombre al compás de una respiración acelerada, cerca de su oído, mientras sentía latir la sangre del miembro en mi interior, reclamando la mía, que rebosaba. Sus manos llenas de mi se aferraban a una almohada tibia de ambos, hervían. Hervía en sus labios mi sangre. Hervía aquel cuerpo mientras el mío calmaba el calor a chorros de sudor salado, a bocanadas de temblores interrumpidos por sus dedos, que como llagas, intentaban quemar también lo único que allí se mantenía helado, mi conciencia.

jueves, 6 de noviembre de 2014

Café de marca

Antonio dio un puñetazo en la mesa tan fuerte que la taza de café que Adela sostenía entre las manos temblorosas cayó sobre el mantel blanco. Según él "la vieja" tenía mucha suerte, el café que tomaba era de marca y así no había manera de llegar a fin de mes...
Antonio y Chari eran una pareja extraña que se habían conocido un día por casualidad y ambos provenían de anteriores parejas fracasadas. Ella seguía casada con su anterior marido y él se había pasado años con una mujer divorciada a la que le había terminado de criar sus hijos. El destino hizo el resto y ahora vivían juntos con Adela, madre de Chari y el niño de ambos.
Antonio trabajaba muchas horas por una miseria, tenía una gran deuda que pagar de su anterior relación y de lo que ganaba aportaba poco a la casa.
Comían los dos de Adela, de la tan recurrida pensión que tanta hambre alivia a las familias hoy en España, de "la vieja".
Adela era el sostén de aquella casa. Pagaba luz, agua, teléfono y comida para todos, pero tenía ochenta y cinco años y ya sólo era un estorbo...

Siempre sentí una extraña debilidad por las personas mayores, una especie de ternura mezclada con cariño. Antes de entrar en el internado disfrutaba acompañando a mi madre a casas donde nadie quería ir, trabajos que nadie quería hacer, momentos que nadie quería pasar...
Aquellos años los recuerdo con ternura. Me sentaba muy quieta mientras mi madre asistía a personas enfermas y encamadas, mayores en el final de sus vidas. La observaba lavarlos, vestirlos y peinarlos, sentarlos a desayunar si podían levantarse y dejarlos completamente acomodados hasta que llegaban otras personas que se encargaban del resto de las tareas en la casa. Veía a mi madre curar llagas posturales, úlceras en piernas, demencias sin retorno. limpiaba detritos que inundaban habitaciones donde el olor te quema la piel y el recuerdo, donde la vida ofrece su espectáculo más triste y seguro, la muerte. La observaba hacer su trabajo con mimo y cuidado, como una máquina programada para limpiar lo sucio, como alguien a quien la vida jamás le puso una sonrisa en los labios y aún así era incapaz de un mal gesto en aquella época, de un desprecio o una palabra inoportuna.
Me acercaba a aquellas camas sucias de excremento donde todavía quedaba vida. Miraba los vómitos que aún colgaban de sus bocas desdentadas y sus ojos perdidos en algún lugar fuera de aquellas habitaciones. Me perdía entre arrugas e imaginaba sus vidas anteriores, cuando la juventud y la fuerza había hecho de aquellas personas encamadas máquinas de criar hijos, hombres y mujeres, no lo que allí quedaba. Aquellas arrugas contaban historias casi siempre tristes de manos deformadas por el trabajo duro, memorias perdidas de recuerdos agotados en el tiempo, hambre y lucha, miseria de la época. Verlos postrados así mientras mi madre hacía su trabajo desnudándolos y limpiando sus miserias me inundaba el corazón de pena, porque ya ni siquiera tenían voluntad, dependían de otros para mantenerse dignos en su ultimo viaje.
Fue así como muy pequeña desarrollé ese tipo de complicidad con las personas mayores, ese cariño fruto de la inocencia perdida en aquellos lugares que nadie quería visitar y el trabajo que nadie quería hacer. Fue así como creo que aprendí a ser persona y respetar las canas y arrugas, las miserias de otros, las que también un día me llegarán a mi. Lo único que nos iguala.
Fue así como comprendo hoy que el café de marca tiene un precio, el de llegar a los ochenta y cinco años habiendo trabajado lo suficiente como para poderlo pagar. El haber cotizado durante años para tener hoy una pensión que nadie te regala. El de las arrugas sobre un mantel blanco manchado de desprecio y rabia porque las cosas no te han salido como habías programado con anterioridad.

"La vieja" se levantó muy despacio y se marchó a su habitación. Yo salí de allí preguntándome qué sería de los tres el día que Adela dejase de existir. Así se lo comenté a Chari días después, ella me dijo que esperaba, al menos, que su madre no muriese antes de terminar Antonio de pagar el préstamo...