sábado, 22 de diciembre de 2012

El hombre

El hombre pasó suavemente el dorso de la mano sobre la cara interna del muslo femenino, separando las piernas en un único gesto, pausado y tranquilo, casi firme.
Sentado al borde de la cama observaba con curiosidad infantil el contraste de la luz sobre el pecho; pezones y areolas comenzaban a erizarse en una mezcla de tumefacción y frío, de placer premonitorio.
Creyó que la mujer dormía, ella le regaló una sonrisa y le invitó a seguir.
La luz tenue difuminaba sombras sobre su ombligo, dibujando una oscuridad perfecta sobre la superficie plana del vientre. Depositó allí sus labios y besó el contorno, sintiendo el temblor que su gesto proporcionaba en la carne, recorriendo de lado a lado con la lengua el surco de sus caderas.
Mordió la carne y ella le agarró del pelo a modo de súplica, siguió lamiendo la piel temblorosa, húmeda, tersa. El temblor de la mujer le invitaba a seguir.
El hombre llegó con sus labios hasta el sexo y se quedó quieto, sereno, expectante. Ella arqueó la espalda e inspiró profundamente, por aquel entonces también su boca temblaba.
Pasó el dorso de la mano suavemente por el sexo femenino, descubriendo complacido la humedad de la que era responsable.
Satisfecho miró a la mujer, mientras ella volvía a arquear la espalda y cerrar los ojos...

jueves, 29 de noviembre de 2012

África





La caoba suele manifestar tensiones internas aunque su tallado y curvado son fáciles de trabajar con las manos.
De grano generalmente recto y libre de huecos y bolsillos, tiene un color rojizo-marrón que se oscurece con el tiempo, mostrando un brillo rojizo cuando está pulido.
                                                                                     

Siempre me gustó pasar las yemas de los dedos por ella, dibujar castillos imaginarios sobre su superficie polvorienta y sufrida en años; juegos infantiles que han dejado paso a la imaginación actual donde siempre formó parte, como cómplice mudo, de  lamentos y lagrimas, fantasías y demonios, bajos instintos.
Una mesa elegante se antoja competa repleta de libros, periódicos y sobres, cuyo orden de cosas no exige la obsesión extrema, sí la cantidad precisa para poder tirarlos todos al suelo si la ocasión lo requiere.
Acompaña a la mesa un confortable sillón que completa la escena, dibujando una panorámica justa y suficiente para hacer volar los sentidos y que la habitación pierda sobriedad, ganando en temperatura.
Y es entonces cuando apareces junto al olor penetrante de libros, humedad y caoba, como en un ritual africano repleto de tambores y fuego, de danzas zulúes y noche, de tierra húmeda y madera mojada.
Me gusta sentir el calor de tu cuerpo a través de la superficie de la madera. Oírte tragar saliva y arquear mi espalda con cada expiración exponerme para ti, sucia, serena, repleta de perversiones.
¿Sentirá la caoba el frio de su superficie contra la piel?
Madera y tierra, gemidos, sudor, dolor, placeres, necesidad y pecado.
África abre las puertas de las que salieron sus hijos hace miles de años. Mezcla de sangre derramada y almizcle se desprenden de los barnices de la caoba, y la danza comienza, en un juego de posesión infernal que araña el alma por dentro y por fuera.
Tus dedos se abren paso a través de un manantial espeso de dolor ajeno, tan propio, tan tuyo, tan irremediablemente absurdo.
Y me tocas, y te siento, y con ello suplico que no te apartes de mí. Puedo suplicar y pedir de rodillas que no dejen de sonar los tambores mientras me torturan tus dedos tranquilos, serenos, inmisericordes.
Mi cuerpo se acopla a la superficie de la mesa, el tuyo se acopla en el mio mientras danzamos, mientras perdemos la razón y se nos va la vida encima de la mesa. Derramando almizcle y sangre, sudor africano y carne.
¿Oyes los tambores?
Te suplico que no dejen de sonar…

lunes, 9 de enero de 2012

Imaginando

Voy a instalar la residencia de mis labios en tu ombligo. Dibujando con la punta de mi lengua su contorno...

Allí, donde se pierden batallas y la vida toma forma de hombre. Donde la piel reacciona lentamente al principio...

Bajaré lentamente hasta el vello púbico. Donde el simple roce de mis labios provoca el temblor...

Me perderé en el susurro de tu respiración agitada. Mordiendo tus caderas sin compasión. Alimentándome de tus gemidos...

Voy a instalar la residencia de mis labios allí. Donde sólo puedo llegar con la imaginación...