jueves, 27 de marzo de 2014

Rincones oscuros.

El la única postura que me reconozco mis tobillos descansan sobre tus hombros mientras tus manos agarran con firmeza mis piernas para amainar su temblor.
Es así como pasan mis noches, imaginándote inútilmente hasta caer rendida en brazos de cualquier rincón, hasta conseguir el dolor que me proporcionas.
Preferiría mil veces rendirme a tus pies antes de abandonarme en brazos de cualquier sueño que no lleve a tu cuerpo. Arrastrarme sucia hasta tu sexo húmedo y subir hasta él enredada en tus piernas.
En la única postura que me reconozco la textura caliente de tu lengua dibuja círculos entre los pliegues incandescentes de mi sexo de hembra, haciendo que cualquier prenda que lleve encima moleste, dejando llagas de dolor en los bordes de la piel.
No sé reconocerme de otro modo si no es a través del placer que imaginarte me provoca. No sé vivir de otra manera que no sea a través de tus ojos, cuando pacientes, esperan el momento oportuno de captar el instante en que me derramo para ellos.
No sé reconocerme de otro modo que no lleve implícito mi nombre en tus labios, mientras susurras cerca de mi cuello palabras que pervierten el sentido de mi dignidad.
No quiero otra postura que no sea debajo de ti, ni más reconocimiento que el que adquiero, cuando al cerrar los ojos, mis tobillos vuelven a descansar sobre tus hombros, y muerdes sin misericordia mi sexo caliente, rizado y húmedo de hembra.

domingo, 23 de marzo de 2014

Obsesión

Cada vez le resultaba más difícil resistirse a la imaginación y evitar encontrar la manera de cerrar los ojos acomodándose en cualquier rincón de la casa para excitarse. Era un juego que había aprendido desde niña y con el paso de los años se había ido perfeccionando hasta alcanzar el control absoluto de cada centímetro de piel, de cada contracción muscular involuntaria.
Se recordaba a ella misma en aquella cama de internado imaginando las manos del cura sobre su vientre y la reacción que el cuerpo había aprendido mediante condicionamiento era un perverso modo de actuar que difícilmente podría extinguirse ya de adulta. Luego, aquel modo de acción se extendió a otras situaciones, a otros momentos cada vez más buscados, y así, con los años, se proporcionaba la humedad que tanta falta le hacía a su cabeza y que con tanta rigurosidad fluía entre sus piernas.
Se abandonaba en cualquier lugar de la casa, cerraba los ojos y todo lo absurdo de cuanto la rodeaba se desvanecía de repente en el momento en que sus caderas cobraban vida propia reproduciendo los movimientos que alguien, imaginario, provocaba en el interior de su cabeza.
Se excitaba poco a poco con aquellas imágenes metales tan vívidas y nítidas, tan reales y palpables, tan inmisericordes y crueles. Se excitaba imaginando todo cuanto necesitaba su piel hasta alcanzar un dolor en el sexo que sólo calmaban los movimientos que acompañaban aquel juego estúpido, y sin embargo, tan necesario ya para identificarse.
Todo había comenzado en aquella cama de internado donde en más de una ocasión el padre Ángel había depositado las manos sobre su vientre, donde los dedos del hombre se habían enredado una y otra vez en el vello rizado de su sexo inflamado y donde enterró su infancia para encontrar un camino en el que poder sobrevivir en la edad adulta.

viernes, 7 de marzo de 2014

Trazos IV

Marqué el porvenir debajo de aquella sotana negra, cuando las ideas pronto comenzaron a tomar forma y definir con exactitud el significado real de la libertad. 
Jugaba sin límites, intentando dormir despierta cuando todos creían que me había rendido el sueño, y así, me trasladaba a un mundo que me pertenecía en solitario y nadie podía averiguar porque dentro de mi mente prepúber sólo vivía él.
Le observaba de día para recrearle más tarde. Me fijaba en los gestos y había conseguido mediante una especie de aglutinación sensorial obtener una imagen nítida de sus manos, su boca y sus ojos.
Luego, en las noches, le visualizaba con una perfección de detalle casi extrema de pie junto al altar mayor, mientras me acercaba guiada por las velas que permitían definir el recinto y su figura. 
Colocaba mi mano sobre el sexo por encima de la sotana, e inmediatamente la dureza del hombre pasaba a contraer los músculos de mi sexualidad de niña, tan lejos ya, tan olvidada.
Y el hombre gemía en mi cabeza con el simple gesto de mi mano excitada, y mi cuerpo reaccionaba a sus gemidos entrando en una especie de trance donde cada centímetro de piel le pertenecía hacía tiempo.
Nos mirábamos y sus dedos iban instintivamente a parar dentro de mi boca, los mordía con avidez y el hombre gemía de dolor preso de aquella excitación indescriptiblemente placentera y fugaz. Uníamos nuestros labios para redimirnos juntos y el contacto de su lengua en los míos provocaba una condena de la que jamás hubiera permitido la absolución inmediata.
Cogía sus manos y le guiaba a través de mis contornos hacia el sexo, donde él siempre se paraba con temor. Le miraba segura, incitándole a seguir, suplicándole que lo hiciera. Y el hombre, introducía sus dedos en mis neuronas a través de aquel sexo de niña, despacio al principio, sin piedad dos minutos más tarde, hasta conseguir que me derramase en su mano al igual que me derramaba cada Domingo cuando al ir a darme la comunión, yo extendía la lengua.