Alguna vez fui mariposa en laderas áridas, serpiente de dunas desiertas o quizá, pájaro libre…Alguna vez, en otra vida…
En esta, sólo me cabe soñar que lo fui, sentir que viví y disfruté de los placeres de las mil y una noches…
Zanzíbar, lugar mágico cuyo aire desprende aromas de clavo y canela, mares de un intenso azul turquesa, playas blancas, bosques tropicales, historias, comerciantes, negreros y sultanes…
Palacios misteriosos…
Fue en época de tráfico de esclavos y especias, cuando ocurrió todo, al menos así lo recuerdo, así lo quiero recordar…
Yo era una niña apenas, tan virgen como las playas de aquel lugar, como su estampa blanca de estilo árabe, resplandeciente a orillas de un mar turquesa…
Pasaba los días entre la canela, la nuez moscada y la pimienta y solía entretenerme al atardecer, cuando el tráfico de esclavos comenzaba su marcha…A escondidas detrás de los enormes tableros que ocultaban los barcos en el muelle, los veía pasar, encadenados…
Ya en las noches, desnuda sobre su blanca arena, disfrutaba en el mar, como toda chica de mi edad…
No recuerdo el día exacto en que decidí alejarme unos metros del puerto y así, decidida, encaminé mis pasos hacia la mezquita de kimikazi, palacio del sultán Omán. No recuerdo si fue curiosidad o simplemente necesidad de alimento, en los jardines de la mezquita se cultivaban todo tipo de fruta exótica, miles de niños eran castigados por los vigilantes de palacio, en su afán por quitarse el hambre con aquello que al sultán le sobraba, pero era de noche, horario más favorecedor al hurto porque a la luz de la luna, todos los gatos son pardos…
A escondidas entre los árboles del jardín, intenté comer toda la fruta que pude, la que no era capaz de digerir la oculté en mi delantal roído por las especias, entretenida estaba cuando me llamó la atención una luz, muy arriba, tenue…
La habitación del sultán se extendía a todo lo largo de la mezquita, oculta tras amplios ventanales vestidos con telas muy finas que dibujaban extraños rituales en la noche…
El olor a incienso indio me atrajo a subir la escalinata, despacito, ocultándome al abrigo de la noche, mientras el corazón me dictaba el camino contrario…Pero era joven y la curiosidad era más fuerte que el miedo, o quizá ambos formasen una composición estupenda aquella noche cálida en Zanzíbar…
Allí tumbado en su majestuosa cama de cedro se encontraba Omán, el hombre tan poderoso que controlaba a mercaderes en su nocturno trasiego de esclavos, no parecía tan peligroso dormido, ni siquiera su rostro mostraba la frialdad con la que era capaz de ordenar la muerte de las personas que se había negado a juzgar, no, era simplemente un hombre dormido, al abrigo de la calidez que podría proporcionarle el saberse custodiado…
Su musculoso cuerpo de formas bien proporcionadas se me apeteció a la vista, impregnando de calor todos los rincones del mío, su amansada arrogancia le hacía lucir una frágil manera de respirar, a ratos suave, sólo a ratos…
Yo era tan solo una niña que abría los ojos a la sexualidad, pero no me hizo falta más, lo supe desde ese preciso momento, a partir de el, nada sería suficiente…
Regresé a mi condición de recolectora de especias sin dejar de pensar en un momento en la estampa del sultán, en su cuerpo y en el calor que le proporcionó al mío…
Así, año tras año hasta envejecer sola, negándome a pertenecer a otro cuerpo que no fuese aquel, el de Omán, el hombre, el sultán. Habida de placer, necesitada de estímulos y caricias, del hombre y del olor a incienso que desplegaba su desnudo cuerpo…De mi muerte poco se sabe, poco quiero saber y escribir sobre ella, porque las leyendas son fieles a la idea de que quien no ha vivido, jamás fallece, espera paciente el momento de reencarnarse, quizás en mariposa, quizá en serpiente o pájaro, incluso en mujer árabe, sólo quizás entendiendo la magia de Zanzíbar se explique… Hoy he creído oportuno obtener datos concretos para inmortalizar la continuidad de mi historia, que quiero hacer vuestra, ahora, en este preciso instante de lucidez circunstancial…
Porque hay historias hechas para ser inventadas, momentos exactos para recrearse en ellos, playas en las que es pecado bañarse y arenas blancas que no han de pisarse jamás…
Omán, el hombre despertó de su letárgico sueño y vislumbró la sombra de mi cuerpo entre las finas cortinas que ocultaban sus aposentos, se levantó suavemente para no asustarme, como actúa el león ante la pieza que le servirá de alimento, se acercó desnudo, ruborizándome con su desfachatez, decidido…
Hizo ademán de invitarme a su lecho y seguí sus instrucciones de una manera precisa, consciente de que todo aquello que anhelaba, se encontraba allí, en aquella habitación, en aquel instante mágico, donde se conjugaban olores y sonidos nocturnos…
Tumbada en la cama, comencé a sentir el frío que sólo acompaña a las vírgenes en su iniciación ante el hombre, Omán, se alejó un poco para preparar agua caliente donde depositó un puñado de brea, que se fundió con el incienso y comenzó a turbar mi realidad…
Muy despacio, comenzó a lavar mi cuerpo con aquel líquido de exquisita temperatura, sabía que yo era virgen, mis ojos no podían mentir al hombre, no allí, no en aquella cama…
Pies, rodillas, muslos, sexo…
Sabía como iniciar a una joven, sin duda, lo sabía bien, pensé en cuántas veces habría hecho aquello, con cuántas jovencitas como yo…Era curioso sentir celos cuando todavía no me había pertenecido su cuerpo…
Con movimientos suaves impregnó todo mi cuerpo de brea, mi temperatura comenzó a subir al igual que la presión de su mano sobre mi vientre virgen y necesitado de afecto, de conocimiento, de placer…
Al llegar a mi pecho se detuvo un instante, para recrearse con las areolas que adornaban las montañas que servían de manto a mis dos protuberancias oscuras…Al notar el escalofrío que proporcionaba en mi su tranquilidad comentó –No tengas miedo, no te haré daño-
Cerré los ojos con la única intención de no abrirlos más, no quería mirarle, su seguridad incitaba a mis mejillas rosadas a llevarle la contraria, la vergüenza se apoderaba de mí cada vez que le miraba, tan seguro, tan paciente, como aquel león que seguramente a esas horas, deambulaba sigiloso en busca de su presa…
Fue entonces cuando retiró el baño de la cama y se acercó a mi vientre, depositando en el su rostro de hombre cansado pero seguro.
Introdujo una de sus fuertes y bien formadas manos sobre mis muslos e hizo presión para abrirlos, mi nerviosismo los mantenía cerrados y tensos, así, con suavidad y paciencia poco a poco fueron cediendo cuando Omán, se perdió entre ellos…
Dejé de ver el rostro de mi amante y casi la totalidad de aquella habitación cuando todo el placer contenido, se instaló en mi sexo de joven virgen…Sabía hacer, también sabía cómo hacerlo, hacía…
Sus labios gruesos encontraron mi fuente de placer e hicieron su trabajo mientras yo, apretaba cada vez más las sábanas con mis uñas y mis dientes, con toda la fuerza que en aquel momento me sobraba…
Su lengua hurgaba inteligentemente en mi centro de gravedad momentáneo, subía y bajaba, al igual que el sudor de su frente…Al igual que la visión que de el tenía, al compás de mi respiración…
Hacía despacito, sin posar, sólo leve roce, erizando todo el vello de mi cuerpo e instalándose la base del placer en mi médula espinal…
¿Alguien sabe lo que es llorar de placer?
Las lágrimas afloraron mejillas abajo y Omán las divisó enseguida, dejó de hacer incorporándose en el lecho para tomar una con el dedo y depositarla en uno de mis pezones, luego se quedó quieto, contemplando el efecto…Todo comenzó a erizarse…
Tomó mi mano y la llevó hacia su sexo mirándome fijamente a los ojos, al sentir la dureza de éste la retiré inconscientemente y el sonrió…
Se acercó a mis labios pero no los besó, se quedó ahí parado…
El olor de mi sexo en su boca me excitó aun más, el calor de su respiración contenía esencias de mi generosa fluidez y así, sin dejar de mirarme a los ojos se dejó caer sobre mi cuerpo…
Sudaba, el amante sudaba sometiendo a su víctima, el sudor era su tela de araña, su trampa…Sus tremendos ojos negros un reto para mi, su boca…Una fuente de placer interminable…Sus manos sabias gemelas compenetradas en un baile cargado de erotismo y facultad…
Omán, el hombre encima de mí, notó el frío que nuevamente se apoderaba de mi cuerpo en señal de miedo y volvió a sonreír…
Desplegó sus piernas separando las mías y volvió a quedarse quieto, fijo en mis ojos…
Sentí su sexo a las puertas del mío, llamando con calma, prominente, latiendo al compás de mi corazón acelerado…
Hábilmente separó mis labios con su mano y lo dejó ahí, entre ellos, subiendo y bajando, agradeciendo su abrigo, sabía hacer…
Hundió su cabeza entre mis pechos y comenzó a morderlos avariciosamente, recorriéndolos una y otra vez mientras su glande seguía ahí parado, esperando un permiso que todavía no había llegado a darse…
Me fui relajando al sentir la humedad de su lengua en mis pechos desnudos y mis caderas cedieron poco a poco, seguras de sus ojos negros, de sus manos, de todo el…
Comencé a sentir la presión de su miembro viril en el mío y todo se desvaneció a mí alrededor, desapareció la luz de la habitación y sólo quedó el brillo de su piel ante la luna, su sexo seguía insistiendo y gemí de dolor…
Fue entonces cuando Omán buscó mis labios con los suyos, atrapándolos para que no gritase, conteniendo mi dolor con su lengua…
Noté como mi pelvis comenzaba a crujir mientras mordía mi lengua con suavidad y comencé a llorar de placer, de frío, de miedo…Todo era uno, éramos uno…El hombre ahora era parte de mi y yo de el…
Mi temperatura descendió para concentrarse en mi sexo, donde Omán ahora se balanceaba sereno, despacio, con tacto, una y otra vez…Salía y entraba en mi con cuidado, sabedor de mi inocencia e iniciador de mi primera vez…
Lentamente su respiración se fue acelerando al igual que la mía, el sudor de su frente resbalaba por su nariz e iba a parar a mis labios sedientos y calientes, sus manos rodearon mi cintura y apretaron mis centros contra su erecto pene endurecido por la rabia y la locura.
Sus movimientos pasaron de ser suaves a tormentosos, desafiantes, duros…
Sentía su pene dentro de mi a embestidas, salía y entraba, se quedaba fuera para entrar atrozmente y volvía a salir despacio, así, una y otra vez…Hasta que mi cuerpo reaccionó volcando en aquella cama una sensación desconocida y un olor a especias inundó la habitación…
Se contrajeron mis manos, mi útero y mi necesidad de explosionar a chorros por el suelo, mientras Omán, comenzó a embestir ésta vez ininterrumpidamente agarrando mis nalgas contra sus caderas y sacando todo de mi, de el…De los dos…Mientras la lluvia cada vez más fuerte golpeaba los cristales del techo…
No recuerdo cómo me quedé dormida junto a mi amante…Sólo la imagen de una chica descalza y dolorida volviendo a casa cuando aun no había amanecido…Y el olor a especias de mi ropa vieja y roída que se confundía con el del hombre...
Kimikaci se dibujó cada vez más pequeña…
Ahora sé que ni fue curiosidad ni necesidad de alimento lo que me llevó allí…
Jamás podría pertenecer a otro cuerpo, a otras manos…A otro olor…
A otra tierra…Que no fuese…Zanzíbar…
Alguna vez fui mariposa en laderas áridas, serpiente de dunas desiertas o quizá, pájaro libre…Alguna vez, en otra vida…
En esta, sólo me cabe soñar que lo fui, sentir que viví y disfruté de los placeres… de las mil y una noches…