martes, 25 de febrero de 2014

Trazos II

Aún conservo aquella Biblia. Nunca supe si el olor a hombre sobrevivía al papel o era el interes de mi memoria la que proyectaba sobre el mismo su recuerdo cada vez que guiada por el instinto acercaba el libro a mi rostro. Intenté alguna vez resistirle, sobrevivir al impulso de ocultarme entre los renglones que hablaban de sexo y de Dios. Pasar simplemente las páginas, pero terminaba por encontrarle incluso en la piel roja de letras doradas por donde jugaron mis dedos todos aquellos años.
Dos palabras, tan llenas de significado para mi memoria como lo eran el olor a incienso y cera derretida, a paños recién planchados y a sacristía. A dedos que rozaban la superficie de la tinta dorada recordando los del sacerdote, arrancándome la humedad que necesitaba para saberse hombre antes que palabra, mártir de pecado, encontrando la redención bajo mi uniforme tableado de pubertad.