domingo, 23 de marzo de 2014

Obsesión

Cada vez le resultaba más difícil resistirse a la imaginación y evitar encontrar la manera de cerrar los ojos acomodándose en cualquier rincón de la casa para excitarse. Era un juego que había aprendido desde niña y con el paso de los años se había ido perfeccionando hasta alcanzar el control absoluto de cada centímetro de piel, de cada contracción muscular involuntaria.
Se recordaba a ella misma en aquella cama de internado imaginando las manos del cura sobre su vientre y la reacción que el cuerpo había aprendido mediante condicionamiento era un perverso modo de actuar que difícilmente podría extinguirse ya de adulta. Luego, aquel modo de acción se extendió a otras situaciones, a otros momentos cada vez más buscados, y así, con los años, se proporcionaba la humedad que tanta falta le hacía a su cabeza y que con tanta rigurosidad fluía entre sus piernas.
Se abandonaba en cualquier lugar de la casa, cerraba los ojos y todo lo absurdo de cuanto la rodeaba se desvanecía de repente en el momento en que sus caderas cobraban vida propia reproduciendo los movimientos que alguien, imaginario, provocaba en el interior de su cabeza.
Se excitaba poco a poco con aquellas imágenes metales tan vívidas y nítidas, tan reales y palpables, tan inmisericordes y crueles. Se excitaba imaginando todo cuanto necesitaba su piel hasta alcanzar un dolor en el sexo que sólo calmaban los movimientos que acompañaban aquel juego estúpido, y sin embargo, tan necesario ya para identificarse.
Todo había comenzado en aquella cama de internado donde en más de una ocasión el padre Ángel había depositado las manos sobre su vientre, donde los dedos del hombre se habían enredado una y otra vez en el vello rizado de su sexo inflamado y donde enterró su infancia para encontrar un camino en el que poder sobrevivir en la edad adulta.