lunes, 2 de marzo de 2015

Enemigo íntimo.

Me intimidaba su presencia a kilómetros de mi porque mi piel sabía cómo sentirle cerca.
Le intuía detrás de las paredes de las habitaciones, detrás de cada uno de mis pasos que él observaba. Me daba vergüenza desnudarme en soledad intuyendo sus ojos transparentes, temía verme reflejada en ellos, temía comprobar que todo era producto de mi necesidad, del silencio.
Temía equivocarme, levantar la vista y que no estuviera allí donde le había imaginado. Temía perder el control dejándome llevar por la razón y terminar sumida nuevamente en la rutina.
Me intimidaba su presencia a kilómetros de mi porque ya formaba parte de mi respiración y hacia años que no respiraba de un modo tan acelerado.
Le intuía detrás de cada esquina y en cada pared de la casa podía verle.
Temía colocar la palabra en el lugar equivocado y que todo se desvaneciera. Temía haberle soñado y haber imaginado sus ojos mirando al mar.
Le intuía cerca, tan cerca que en ocasiones temblaba de placer imaginando sus caricias, como si el mar, en una competición febril, hubiera decidido inundarme de azul. Como si el destino jugase conmigo en forma de enemigo.