martes, 15 de noviembre de 2011

Castigo

 
Soñé…

Te hacía el amor, jugaba contigo.

Así, sentado sobre la silla de nea que hay en mi trastero y con las manos atadas a la espalda de la misma…

Vestido, siempre y por encima de todo, la desnudez disminuye mis instintos…

Te desabroché solamente los tres primeros botones de la camisa azul, el cinturón y los cordones de los zapatos…

La chaqueta la habíamos dejado en el suelo con anterioridad…

Así quería verte, sentado, semidesnudo y sometido a mi…

Sometido a mis instintos primitivos, a mí avaricia…

No supe qué hacer contigo y pensé durante un instante breve qué podía gustarte…

Quizás si te tapase la boca con un pañuelo lucieses más sometido, pero no era buena idea, quería oírte gemir…

Se me antojó verte suplicar...

Llevarte al límite…

Por una vez no tendrías tú el control, no serías el jefe…

Por una vez, estarías doblegado a mi voluntad…

Me alejé unos pasos para verte así, me mirabas fijamente, sin miedo, seguro…

Eras cómplice de un juego al que no jugabas, enemigo inconsciente de mi lado más oscuro, esclavo fiel…

Mis uñas se clavaban en tu espalda y te hacían estremecer, una mezcla extraña de placer y daño recorría tu espinazo con cada gemido que salía de mi boca intencionadamente.

Delante de ti, fui desprendiéndome cual cebolla de cada una de mis capas, despacito, observando tu punto de visión, queriendo ver cada gesto tuyo, el juego me gustaba, nos gustaba…

De rodillas delante de ti hundí mis labios hábilmente en tu pecho y busqué tus pezones que ante el hecho, endurecieron...

No podías tocarme y eso, lo hacía todo mucho más divertido…

Comenzaste a tragar saliva al sentir mi lengua alrededor de tu ombligo, ingenua al principio, sin piedad dos minutos más tarde…

Te miré acercando mis labios a los tuyos que hicieron el intento de besarme, pero no tuviste suerte, estabas condenado a entenderme esta vez…

Volví a perderme en tu pecho, en la oscuridad del vello rizado que cubría su totalidad y comencé a arrancarlos con los dientes, uno a uno, despacito, mientras contemplaba tu gesto de dolor y me humedecía con cada lamento…

Bajé suavemente unos centímetros y volví a encontrarme con tu mirada piadosa, volví a subir para tornarla en desesperación y volví a bajar para volverte loco…

Era curioso verte tragar la saliva con dificultad y aun así, continué mi descenso hacia lo inevitable, lo prohibido, lo que pedía a gritos irrumpir en mi mundo para cegar el tuyo…

Encontré tu centro de placer que ardía en deseos por ser descubierto…

Me quedé ahí, sin rozarlo siquiera, pasando mis labios muy cerca, mirándote nuevamente…

Mientras tú, queriéndome apuñalar con la mirada…

Volvías a tragar saliva…