Sentada en el borde de la cama te observo recostado sobre el marco de la puerta, a tres metros de mi. Sólo tres metros separan tu necesidad de mis ganas, tres malditos metros distancian nuestros cuerpo unidos irremediablemente por el calor que desprende la habitación a oscuras, y las velas, no dejan de bailar sobre tus pupilas que brillan dándole resplandor a todo, a todo cuanto te ha traído aquí, a instalarte en el marco de la puerta.
Sé lo que buscas y cómo lo necesitas, lo sé, he soñado contigo en ocasiones...
Me gusta jugar con el collar de perlas atado a mi cuello, dejando que cada una de sus cuentas resbale por la piel hasta rozar cruelmente mis piernas, que se abren generosamente para ti, y tu visión, ahora mas selectiva, se centra en un solo lugar, mi sexo.
El calor que desprende tu cuerpo a tres metros de distancia inunda mis ganas de ti y la humedad se hace presente resbalando por la piel, inevitable llevarse las manos al sexo, echar la cabeza hacia atrás, jadear un instante y mirarte.
Tu mirada se torna desafiante, desprendiendo con cada gota de odio más y más humedad sobre mi sexo, y me toco, y me sigues tocando a distancia.
Me gusta verte así, enervar tu masculinidad jugando con la parte más peligrosa de tu anatomía, tu mente. Me gusta ver que comienza a molestarte el nudo de la corbata y pierdes el control.
Y me levanto, y me acerco, y te beso en los labios pasando mis dedos húmedos por tu boca.
Y recojo mi bolso, y me marcho.
Y la humedad permanece en la distancia...