Desde mi asiento exclusivo sé que no me está permitido jugar pero tampoco me importa demasiado participar de toda la mierda que me rodea una vez comprendido el significado de las cosas.
Todo el mundo se mueve en la misma dirección, lucha por prosperar o pertenece a alguna corriente con significado destacable. Lucha, la gente lucha por fines que jamás comprenderé y en ello se les va la vida, la paciencia y el significado.
Sin ganas aparentes de participar me he postrado al otro lado de la pantalla y les veo pasar disfrazados de cosas diferentes, subidos en carruajes que cambian de color con la misma facilidad que de opinión ante temas banales y sin sentido. Sin ganas de participar me he posicionado al otro lado, viendo cómo les salpica la mierda mientras cambian de postura y se sacuden, una y otra vez, los tatuajes del pasado.
Luchan viviendo en un mundo donde sus hilos los mueven otros. Creen que consiguen lo que pretendían sin reparar en que la finalidad estaba ya establecida desde el principio. Y como borregos, van despacio al matadero que los hará cada vez mas esclavos.
Es la influencia la que mueve los hilos del mundo y aunque todos sean capaz de sugestionarse ante imágenes difíciles de codificar sus sistemas de supervivencia alejan las mismas escenas con la facilidad de mantenerles distantes, a años luz de la realidad. Un mecanismo homeostático que regula la cabeza manteniendo el equilibrio de mentes que encuentra el placer cada noche entre sabanas disfrazadas de conciencia tranquila.
Me he acostumbrado a encontrar el placer en la inactividad de las cosas, en el sonido del silencio y en la pereza. Me he dado cuenta de que haga lo que haga solo podré salvarme en soledad, arrastrando de forma efímera los minutos que pueda arrancarle al calendario.