Recobraba el aliento a través del sudor de la piel húmeda y volvía a tensarse debajo del hombre.
Agarraba el cabello de su enemigo manteniendo su boca muy cerca, encontrando el sustento en el aire que él le proporcionaba. Volvía a relajar los muslos y él penetraba nuevamente en ella, despacio, en un gesto perfecto de anclaje inmediato.
Gemía el hombre cada vez que ella elevaba la pelvis para recibir el sexo y apretaba las piernas en torno a su cintura. Gemía apoyando el rostro entre los senos, lamiendo el sudor que se había depositado en aquel espacio como fruto de una batalla perdida por ambos.
Se agarraba la mujer a los brazos del hombre con firmeza, clavada a él. Se derramaban en aquella cama anclados uno en el otro, buscándose a través de los labios, sin verse.