sábado, 29 de noviembre de 2014

Menstruación.

Utilizaba su placer como asidero centrando mi estabilidad en un punto de su anatomía, anclada a él. Dejaba caer dentro de su boca la saliva que le sobraba a mi sexo enfurecido de rabia y necesidad, dolorido a golpes de cadera incandescente. Encontraba en aquello el aliento y la hidratación suficiente cuando fallaban las fuerzas para seguir empujando, para continuar clavada a su sexo mediante sacudidas de falta de tiempo. Mi condición de mujer manchaba de rojo sábanas de un blanco inmaculado y aquella visión sagrada me excitaba aun más si cabe. Pronunciaba su nombre al compás de una respiración acelerada, cerca de su oído, mientras sentía latir la sangre del miembro en mi interior, reclamando la mía, que rebosaba. Sus manos llenas de mi se aferraban a una almohada tibia de ambos, hervían. Hervía en sus labios mi sangre. Hervía aquel cuerpo mientras el mío calmaba el calor a chorros de sudor salado, a bocanadas de temblores interrumpidos por sus dedos, que como llagas, intentaban quemar también lo único que allí se mantenía helado, mi conciencia.

jueves, 6 de noviembre de 2014

Café de marca

Antonio dio un puñetazo en la mesa tan fuerte que la taza de café que Adela sostenía entre las manos temblorosas cayó sobre el mantel blanco. Según él "la vieja" tenía mucha suerte, el café que tomaba era de marca y así no había manera de llegar a fin de mes...
Antonio y Chari eran una pareja extraña que se habían conocido un día por casualidad y ambos provenían de anteriores parejas fracasadas. Ella seguía casada con su anterior marido y él se había pasado años con una mujer divorciada a la que le había terminado de criar sus hijos. El destino hizo el resto y ahora vivían juntos con Adela, madre de Chari y el niño de ambos.
Antonio trabajaba muchas horas por una miseria, tenía una gran deuda que pagar de su anterior relación y de lo que ganaba aportaba poco a la casa.
Comían los dos de Adela, de la tan recurrida pensión que tanta hambre alivia a las familias hoy en España, de "la vieja".
Adela era el sostén de aquella casa. Pagaba luz, agua, teléfono y comida para todos, pero tenía ochenta y cinco años y ya sólo era un estorbo...

Siempre sentí una extraña debilidad por las personas mayores, una especie de ternura mezclada con cariño. Antes de entrar en el internado disfrutaba acompañando a mi madre a casas donde nadie quería ir, trabajos que nadie quería hacer, momentos que nadie quería pasar...
Aquellos años los recuerdo con ternura. Me sentaba muy quieta mientras mi madre asistía a personas enfermas y encamadas, mayores en el final de sus vidas. La observaba lavarlos, vestirlos y peinarlos, sentarlos a desayunar si podían levantarse y dejarlos completamente acomodados hasta que llegaban otras personas que se encargaban del resto de las tareas en la casa. Veía a mi madre curar llagas posturales, úlceras en piernas, demencias sin retorno. limpiaba detritos que inundaban habitaciones donde el olor te quema la piel y el recuerdo, donde la vida ofrece su espectáculo más triste y seguro, la muerte. La observaba hacer su trabajo con mimo y cuidado, como una máquina programada para limpiar lo sucio, como alguien a quien la vida jamás le puso una sonrisa en los labios y aún así era incapaz de un mal gesto en aquella época, de un desprecio o una palabra inoportuna.
Me acercaba a aquellas camas sucias de excremento donde todavía quedaba vida. Miraba los vómitos que aún colgaban de sus bocas desdentadas y sus ojos perdidos en algún lugar fuera de aquellas habitaciones. Me perdía entre arrugas e imaginaba sus vidas anteriores, cuando la juventud y la fuerza había hecho de aquellas personas encamadas máquinas de criar hijos, hombres y mujeres, no lo que allí quedaba. Aquellas arrugas contaban historias casi siempre tristes de manos deformadas por el trabajo duro, memorias perdidas de recuerdos agotados en el tiempo, hambre y lucha, miseria de la época. Verlos postrados así mientras mi madre hacía su trabajo desnudándolos y limpiando sus miserias me inundaba el corazón de pena, porque ya ni siquiera tenían voluntad, dependían de otros para mantenerse dignos en su ultimo viaje.
Fue así como muy pequeña desarrollé ese tipo de complicidad con las personas mayores, ese cariño fruto de la inocencia perdida en aquellos lugares que nadie quería visitar y el trabajo que nadie quería hacer. Fue así como creo que aprendí a ser persona y respetar las canas y arrugas, las miserias de otros, las que también un día me llegarán a mi. Lo único que nos iguala.
Fue así como comprendo hoy que el café de marca tiene un precio, el de llegar a los ochenta y cinco años habiendo trabajado lo suficiente como para poderlo pagar. El haber cotizado durante años para tener hoy una pensión que nadie te regala. El de las arrugas sobre un mantel blanco manchado de desprecio y rabia porque las cosas no te han salido como habías programado con anterioridad.

"La vieja" se levantó muy despacio y se marchó a su habitación. Yo salí de allí preguntándome qué sería de los tres el día que Adela dejase de existir. Así se lo comenté a Chari días después, ella me dijo que esperaba, al menos, que su madre no muriese antes de terminar Antonio de pagar el préstamo...


sábado, 20 de septiembre de 2014

El cuento que debió ser carta del hombre que quería vivir.

Esta es la historia de un hombre que se llamaba Paco Sanz y quería vivir. Para alcanzar su meta fue a buscar a otro hombre sabio que le dijera cómo hacerlo.
Cuando llegó hasta el lugar y viendo que no tenía tiempo se sentó delante del hombre sabio y le preguntó. Éste se quedó pensando un instante y acordó que el precio a pagar por lo que quería le sería cobrado en el momento de su muerte.
-No me queda tiempo- dijo el hombre-. Padezco una enfermedad extraña y si quiero ahorrar el dinero suficiente para vivir no podré morir hasta conseguirlo- El sabio se quedó pensando y el hombre regresó a su casa.

A la mañana siguiente el hombre encaminó sus pasos hacia la casa de un segundo sabio. Cuando le tuvo delante le pidió que le dijera la manera de conseguir tiempo:
-¿Para qué quieres tiempo?- dijo el sabio-. Necesito conseguir dinero para pagar un viaje- respondió el hombre-. No me queda tiempo y si consigo un poco más, podré ahorrar lo suficiente para pagarlo. Tiempo y dinero son la misma cosa, ya que de ambas depende mi vida.
El segundo sabio acordó que podría darle un poco de tiempo, pero el precio del tiempo siempre se abonaba por adelantado.
-No tengo dinero- dijo el hombre-. Si necesito tiempo para conseguirlo y tampoco dispongo de él  ¿cómo voy a pagarlo antes de lograrlo?- El sabio se quedó pensando y el hombre que quería vivir regresó a su casa.

Una mañana más, y delante de un tercer sabio, el hombre pensó que aunque perdiese un poco del tiempo que le quedaba quizás fuese buena idea contar su historia. Comenzó diciendo que padecía un cáncer genético y que necesitaba viajar a Cleveland. Allí existía un tratamiento experimental que valía 50.000 euros y se administraría en seis meses. Que el hospital del que dependía su curación le pedía un aval bancario de 18.000 euros, del cual se descontarían esos 50.000 antes mencionados.
Explicó que se moría. Cobraba 700 euros de pensión y 550 tenía que gastar en el tratamiento que ahora tomaba. Que en su país, a partir de Octubre, también tendría que pagarse la quimioterapia, y ésta rondaba los 250 euros más. Explicó que estaba desesperado porque se pasaba el día postrado en una cama con fuertes dolores, la poca fuerza de que podía disponer la utilizaba cada mañana en recorrer el camino que separaba su casa de la casa de un hombre sabio, para pedir ayuda. Tenía miedo a quedarse dormido en el trayecto y no despertar, a no poder realizar siquiera aquel simple viaje. Había querido comprar tiempo para pagar su viaje, pero el tiempo valía dinero y a él, no le quedaba el suficiente para ganarlo. 
El sabio se quedó pensando mientras el hombre agachaba la cabeza, y antes de que éste saliera por la puerta dijo:
- Yo no puedo ayudarte, sólo me dedico a hacerlo con animales, las personas tocan demasiado la fibra sensible. Si tomamos como ejemplo al perro sentimos ternura, nos hace pensar en la crueldad de las personas. Si ayudo a animales cualquiera que me vea no tendrá la necesidad de exponerme sus problemas para que le ayude. Si alguien viera que te ayudo a ti, que me implico contigo, pensará, y con razón, que él tiene el mismo derecho a recibir una ayuda similar. Me lloverían peticiones, súplicas, incluso exigencias. La gente suele ser egoísta cuando quiere algo para sí. No piensa en la persona a la que solicita el auxilio, sino en su propio egoísmo. Si a otro le doy una repuesta negativa, se lo tomará como algo personal y comenzará su "odio encarnizado hacia ese hijo de puta que no quiso ayudarme" Yo no puedo permitir que eso suceda- concluyó el hombre sabio.
Un cuarto sabio le explicó que se dedicaba a la política. Su trabajo era muy complicado porque tenía que inventar leyes que rigiesen la vida de los hombres y no tenía tiempo para perderlo en uno sólo. El hombre que quería vivir pensó que si todos los hombres tenían el tiempo tan limitado como él, la tierra se quedaría sin hombres, aunque llena de leyes que a nadie podrían regir.

De regreso a casa se sentó a descansar sobre una piedra, a la sombra de un gran árbol sobre el que vigilaba un búho casi dormido. El hombre sintió miedo y desesperación. Lo vió todo oscuro y comenzó a llorar. 
-¿Por qué buscas en casas de hombres sabios solución a tu problema?-dijo el búho.
-No dispongo de tiempo- dijo el hombre que quería vivir-. Sólo un hombre sabio, que ha pensado tanto como para llegar a ser sabio puede ayudarme.
-Los hombres sabios no son malos- dijo el búho-. Pero si dejan de pensar por un instante pierden parte de la sabiduría que han acumulado durante años. No puedes perder tu poco tiempo así. Tienes que buscar el dinero que necesitas para vivir en casas de hombres que estén lo suficientemente ocupados como para no pensar tanto. Tienes que encontrar el tiempo que necesitas en casas de hombres cargados de problemas.
-¡No puedo hacer éso!- exclamó el hombre-. ¿Cómo voy ha hablarle de mi problema a hombres que tienen también problemas que resolver?
-Escribe una carta- dijo el búho-. Cuenta en ella que quieres vivir por encima de todo y no te queda tiempo. Los hombres cargados de problemas suelen solidarizarse con otros en su misma situación. Se verán reflejados en ti, pensarán que si te ayudan quizás alguien haga algún día lo mismo con ellos.
Pide en tu carta aportaciones pequeñas para pagar ese tiempo que necesitas, recuerda siempre que los hombres cargados de problemas también necesitan dinero para resolver los suyos. No será tan importante la cantidad de dinero que puedas recibir de cada hombre como la cantidad de hombres que puedan hacer un pequeño donativo. Piensa que entre muchos se puede conseguir algo grande.
Entrega tu carta a uno de esos hombres cargados de problemas, al leerla se sentirá identificado y le costará menos hacer una pequeña aportación. Lo importante es que la carta circule en manos de otros iguales a él, ya que esos otros podrían verse inclinados a hacer lo mismo.
-Estoy cansado- dijo el hombre-. He gastado parte la la energía que me quedaba en caminar y son tan fuertes mis dolores de cabeza que no me permitirían escribir esa carta. No soy un hombre sabio, sólo soy un hombre enfermo al que no le queda tiempo siquiera para esperar a que mi carta la leyera todo el mundo.
-Yo te ayudaría- dijo el búho-. Pero sólo sé escribir cuentos, y aunque son dos maneras diferentes de contar la misma historia, podemos intentarlo. ¿Quién sabe?- continuó el búho-. Quizás un día, uno de esos hombres sabios que tanto piensan inventen un aparato en el que con sólo apretar un botón tu carta llegue a muchos hombres a la vez. El problema será entonces convencer a los hombres para apretar ese botón, pero éso ya lo pensaremos más tarde, ahora vamos a comenzar ese cuento...
Y así comenzó el cuento que debió en un principio ser la carta de un hombre que quería vivir llamado Paco Sanz, y la locura de un búho solitario.

Ahora sólo queda esperar que algún sabio invente el aparato ( si no está inventado ya), que los hombres cargados de problemas dispongan de cinco minutos de su tiempo para leer este cuento, aportar un pequeño donativo, o apretar el botón. 
Ahora Paco, sólo te queda esperar...

Fátima.


A Paco Sanz, Marymadrid y Maite.

Ayuda a Paco Sanz: http://www.ayudapacosanz.com

martes, 15 de julio de 2014

La virtud

A veces me cruzo con hombres por la calle y pienso que con cualquiera de ellos podría ensuciar la esencia de mi virtud, pero enseguida recuerdo las palabras de mi madre y comprendo que ésta sólo merece la pulcritud que puede proporcionarle el respeto.
Pienso en la clase a la que se refieren los pueblerinos cuando dividen a las mujeres en respetables o sucias. La misma que te marca por la calle cuando al pasar delante de sus vecinos más antiguos hace que te miren con simpatía o desdén, la repulsión que experimentan ante toda mujer desviada del camino, por toda aquella que no mantenga la virtud como señal de respeto.
Me pregunto en ocasiones si los mismos que aquí juzgan serán tan comedidos en la intimidad de sus alcobas como para mirar por encima del hombro a toda aquella que conserva un pasado, o tiene la desfachatez de mantener la mirada de un hombre durante más de cinco segundos seguidos.
Me pregunto si lo único importante entre tanta basura pueblerina será la apariencia en la que ellos mismos se escudan para mirarte de frente o de lado. Me pregunto cómo serán ellos en lo más recóndito de sus almas, perdidas en esa absurda herencia de juicios morales y apariencias.
Las más ancianas recuerdan su juventud con maltrecha melancolía. Las hay que han parido hijos y dicen no recordar haber entendido el placer al crear ninguno. Pero se jactan en el consuelo de no haber levantado jamás la cabeza en la calle ante la mirada inquisidora de un varón. 
Oh ellas! Tan sacrificadas durante años con el único consuelo de ser respetadas entre la clase. De no dejar tras su tufo neftalínico nada que pueda ser devorado en lenguas ajenas, que a buen seguro han sido menos virtuosas que ellas.
A veces me cruzo con hombres por la calle y procuro no mantenerles la mirada más de cinco segundos en presencia de mi madre. Pero si por suerte encuentro a la mujer distraída y el caballero en cuestión lo amerita, sonrió un poco mientras agacho la cabeza, y regreso a casa con una punzada en el alma y un poco de sabor a triunfo en el interior.

jueves, 27 de marzo de 2014

Rincones oscuros.

El la única postura que me reconozco mis tobillos descansan sobre tus hombros mientras tus manos agarran con firmeza mis piernas para amainar su temblor.
Es así como pasan mis noches, imaginándote inútilmente hasta caer rendida en brazos de cualquier rincón, hasta conseguir el dolor que me proporcionas.
Preferiría mil veces rendirme a tus pies antes de abandonarme en brazos de cualquier sueño que no lleve a tu cuerpo. Arrastrarme sucia hasta tu sexo húmedo y subir hasta él enredada en tus piernas.
En la única postura que me reconozco la textura caliente de tu lengua dibuja círculos entre los pliegues incandescentes de mi sexo de hembra, haciendo que cualquier prenda que lleve encima moleste, dejando llagas de dolor en los bordes de la piel.
No sé reconocerme de otro modo si no es a través del placer que imaginarte me provoca. No sé vivir de otra manera que no sea a través de tus ojos, cuando pacientes, esperan el momento oportuno de captar el instante en que me derramo para ellos.
No sé reconocerme de otro modo que no lleve implícito mi nombre en tus labios, mientras susurras cerca de mi cuello palabras que pervierten el sentido de mi dignidad.
No quiero otra postura que no sea debajo de ti, ni más reconocimiento que el que adquiero, cuando al cerrar los ojos, mis tobillos vuelven a descansar sobre tus hombros, y muerdes sin misericordia mi sexo caliente, rizado y húmedo de hembra.

domingo, 23 de marzo de 2014

Obsesión

Cada vez le resultaba más difícil resistirse a la imaginación y evitar encontrar la manera de cerrar los ojos acomodándose en cualquier rincón de la casa para excitarse. Era un juego que había aprendido desde niña y con el paso de los años se había ido perfeccionando hasta alcanzar el control absoluto de cada centímetro de piel, de cada contracción muscular involuntaria.
Se recordaba a ella misma en aquella cama de internado imaginando las manos del cura sobre su vientre y la reacción que el cuerpo había aprendido mediante condicionamiento era un perverso modo de actuar que difícilmente podría extinguirse ya de adulta. Luego, aquel modo de acción se extendió a otras situaciones, a otros momentos cada vez más buscados, y así, con los años, se proporcionaba la humedad que tanta falta le hacía a su cabeza y que con tanta rigurosidad fluía entre sus piernas.
Se abandonaba en cualquier lugar de la casa, cerraba los ojos y todo lo absurdo de cuanto la rodeaba se desvanecía de repente en el momento en que sus caderas cobraban vida propia reproduciendo los movimientos que alguien, imaginario, provocaba en el interior de su cabeza.
Se excitaba poco a poco con aquellas imágenes metales tan vívidas y nítidas, tan reales y palpables, tan inmisericordes y crueles. Se excitaba imaginando todo cuanto necesitaba su piel hasta alcanzar un dolor en el sexo que sólo calmaban los movimientos que acompañaban aquel juego estúpido, y sin embargo, tan necesario ya para identificarse.
Todo había comenzado en aquella cama de internado donde en más de una ocasión el padre Ángel había depositado las manos sobre su vientre, donde los dedos del hombre se habían enredado una y otra vez en el vello rizado de su sexo inflamado y donde enterró su infancia para encontrar un camino en el que poder sobrevivir en la edad adulta.

viernes, 7 de marzo de 2014

Trazos IV

Marqué el porvenir debajo de aquella sotana negra, cuando las ideas pronto comenzaron a tomar forma y definir con exactitud el significado real de la libertad. 
Jugaba sin límites, intentando dormir despierta cuando todos creían que me había rendido el sueño, y así, me trasladaba a un mundo que me pertenecía en solitario y nadie podía averiguar porque dentro de mi mente prepúber sólo vivía él.
Le observaba de día para recrearle más tarde. Me fijaba en los gestos y había conseguido mediante una especie de aglutinación sensorial obtener una imagen nítida de sus manos, su boca y sus ojos.
Luego, en las noches, le visualizaba con una perfección de detalle casi extrema de pie junto al altar mayor, mientras me acercaba guiada por las velas que permitían definir el recinto y su figura. 
Colocaba mi mano sobre el sexo por encima de la sotana, e inmediatamente la dureza del hombre pasaba a contraer los músculos de mi sexualidad de niña, tan lejos ya, tan olvidada.
Y el hombre gemía en mi cabeza con el simple gesto de mi mano excitada, y mi cuerpo reaccionaba a sus gemidos entrando en una especie de trance donde cada centímetro de piel le pertenecía hacía tiempo.
Nos mirábamos y sus dedos iban instintivamente a parar dentro de mi boca, los mordía con avidez y el hombre gemía de dolor preso de aquella excitación indescriptiblemente placentera y fugaz. Uníamos nuestros labios para redimirnos juntos y el contacto de su lengua en los míos provocaba una condena de la que jamás hubiera permitido la absolución inmediata.
Cogía sus manos y le guiaba a través de mis contornos hacia el sexo, donde él siempre se paraba con temor. Le miraba segura, incitándole a seguir, suplicándole que lo hiciera. Y el hombre, introducía sus dedos en mis neuronas a través de aquel sexo de niña, despacio al principio, sin piedad dos minutos más tarde, hasta conseguir que me derramase en su mano al igual que me derramaba cada Domingo cuando al ir a darme la comunión, yo extendía la lengua.

viernes, 28 de febrero de 2014

Trazos III


Nada revive el pasado con tanta fuerza como un olor al que una vez se asoció

Vladimir Novokiv

La primera vez que el sacerdote reunió el valor suficiente para enfrentarse a Dios ella estaba castigada y se encontraba limpiando la sacristía. Vivía dormida, con la mirada perdida entre los paños del altar mayor cuando reparó en el hombre parado en la puerta. Se acercó y ambos quedaron así, uno al lado del otro, largo rato en silencio. Entre los dos un antiguo testamento y sobre ambos aquel Dios al que ya no le quedaban fuerzas cuando la mano de ella se acercó a la del hombre y éste no retiró la suya. Todo él olía a santidad, todo cuanto era estaba adornado con aquel olor característico que hace a los hombres mártires a ojos del mundo, irresistible para ella. Representaba fuerza, protección, lo que siempre había anhelado como imagen a la que aferrarse en momentos difíciles, la válvula de escape que la hiciera vivir despierta en aquella cárcel para niñas. 
Y ambos se miraron, y ella bajo la vista al suelo, y en el suelo terminaron cuando el hombre reunió el valor suficiente para ponerse de rodillas y buscar bajo su falda, descubriendo que Dios no sólo habita en los libros, arrancándole gemidos, hundiendo el rostro en el sexo de aquella niña que había dejado su infancia ya lejos y ahora se agachaba para acercarse a sus labios y beber su propio sexo desbordado, cuyo olor, mezclado con la saliva del sacerdote, iba a quedársele para siempre clavado en la memoria.

martes, 25 de febrero de 2014

Trazos II

Aún conservo aquella Biblia. Nunca supe si el olor a hombre sobrevivía al papel o era el interes de mi memoria la que proyectaba sobre el mismo su recuerdo cada vez que guiada por el instinto acercaba el libro a mi rostro. Intenté alguna vez resistirle, sobrevivir al impulso de ocultarme entre los renglones que hablaban de sexo y de Dios. Pasar simplemente las páginas, pero terminaba por encontrarle incluso en la piel roja de letras doradas por donde jugaron mis dedos todos aquellos años.
Dos palabras, tan llenas de significado para mi memoria como lo eran el olor a incienso y cera derretida, a paños recién planchados y a sacristía. A dedos que rozaban la superficie de la tinta dorada recordando los del sacerdote, arrancándome la humedad que necesitaba para saberse hombre antes que palabra, mártir de pecado, encontrando la redención bajo mi uniforme tableado de pubertad.

lunes, 10 de febrero de 2014

Trazos

Me gustaba observarle mientras impartía catequesis por la tarde, frente al comedor. Le miraba fijamente a los ojos hasta que su voz se diluía en mi cabeza y sólo era capaz de percibir con claridad el movimiento de sus labios. Obtenía placer a escondidas, imaginando el sabor de su boca, deleitándome en los contornos de su mandíbula.
El padre Ángel tenía los ojos del mismo color que mi conciencia. El vello que le asomaba por los puños de la sotana se enredaba a mi piel haciéndome sentir que el hombre pensaba dentro de mi cabeza.
Pasaba horas mirándole a escondidas, para imaginarle más tarde sentado en aquel incómodo sillón de terciopelo azul al que yo me aferraba a horcajadas, sobre él, bajo aquel Dios que nos vigilaba y presidía solemne su despacho. Podía sentir el sexo del sacerdote latiendo bajo mi falda tableada de cuadros rojos, las yemas de los dedos húmedas de rubor, los ojos oscuros fijos en los míos y aquella necesidad clavada en la piel provocando incapacidad para distinguir placer y dolor. Aquella necesidad, la misma que lo obligaba cada noche a masturbarse en su diminuta habitación, entre lágrimas, con mis manos, mientras el sudor que desprendía su cuerpo inundaba mi sexo despertándolo a la vida, y sus manos, a través de las mías, hablaban de Dios.

jueves, 9 de enero de 2014

El último hombre honrado

Comenzó con un libro y la costumbre se extendió de manera necesaria a los demás. Colocaba marcadores en páginas concretas para más tarde volver a ellas con facilidad. Luego llegaron las palabras subrayadas de colores llamativos e incluso párrafos completos.
Leía despacio, buscando ávidamente el renglón que la hiciera vibrar para subrayar palabras que luego unía completando conexiones inexistentes. Utilizaba la memoria reciente dividida en dos hemisferios idénticos, que al intercambiar información provocaban el placer que había aprendido a proporcionarse. Imaginaba en la piel las sensaciones que experimentaban los protagonistas, sintiendo a través de ellos mediante el recuerdo de escenas, que autocompletaba con palabras destacadas por colores llamativos.
Así comenzó todo un día cualquiera con un libro entre las manos. Así descubrió a Jaime y se descubrió a través de él mediante el deseo reprimido que el último hombre honrado sentía por Adela. Así comprendió que las puertas deben dejarse entreabiertas porque el crujir de unas enaguas puede provocar la misma perturbación en un hombre que en el sexo de la persona que lee el libro.
Aquel fue el detonante que confirmo su locura y provocó el primer dolor de ovarios. Dolor que se acentuaba cada vez que el calor emanaba de aquel cuerpo joven cercano al maestro y se instalaba en su cabeza, trasladando los latidos del corazón del hombre a la garganta, piel y caderas, dejando marcado un sexo que reaccionaba húmedo, tumefacto y caliente.
Fue entonces cuando conoció los silencios insoportables y la sensualidad de una realidad alterada por el suave aroma del agua de rosas. Las burlas de la mujer ante el temblor de la honradez y falta de valor, el esfuerzo del hombre por mantener la mente en blanco y el deseo cobarde transformado en resignación.
Era indudablemente una historia creada para vivir, que supo llevar a su terreno convirtiendo el tormento de Jaime en suyo propio, en dolor, en señales colocadas de forma adecuada sobre un sustrato que comenzaba a conocer, a disfrutar del poder que le ofrecían las palabras subrayadas, las ideas acumuladas en aquella memoria reciente. Una historia de principios, falta de valor, engaños y celos. Un hombre al que desear por su honradez y odiar por su capacidad en hacer justo lo contrario a lo que sentía. Una dulce contradicción. Una mujer a la que envidiar por conseguir aquel efecto en el hombre y un dolor que podía mantenerse horas gracias a ella, a él, al autor, a la lucha interior que todo aquello provocaba en ella, haciéndola en ocasiones temer que el corazón subiera hasta la garganta saltando de allí al exterior, provocando más humedad en la cabeza que en el propio sexo, controlándola a medida que se intensificaba el dolor, disfrutándolo en pequeñas dosis.
Aquella era la historia de un hombre que aconsejaba pisotear virtudes de honestas madres de familia pero temía romper cremalleras guiado por ese primitivo instinto que controlaba a la perfección. De un hombre vencido por la edad que soñaba con cometer actos violentos, y de una lectora que pedía a gritos que dejase a un lado aquella puta honradez y la tomase a la fuerza, entre estocada y sudor, entre deseo y odio...
Aquella era una historia escrita para ella. Una historia para reconocerse en lo más íntimo, para despertar desde la forma más primitiva de sustrato y descubrir que el dolor puede proporciona un placer inexplicable.
Así comenzó todo un día cualquiera con un libro entre las manos, y el placer de aquel juego extendió la costumbre a otros libros, sin olvidar en ningún momento que todo comenzó de la mano del último hombre honrado.

sábado, 4 de enero de 2014

El regalo.

Una vez fui un regalo. En mi profesión ser un regalo consiste básicamente en trabajar para madres primerizas en su casa y por la noche, a cargo de los bebés que han dado a luz para que tanto ellas, como el padre y resto de la familia no note que han cambiado las cosas, no alteren su rutina habitual.
Así me presentaron en sociedad delante de una Sevilla selecta y adinerada: "Se llama Fátima y es el regalo que le he hecho a mi hija por su doble maternidad" y allí me encontraba yo, delante de miradas inquisidoras y arrogantes que me examinaban de arriba a abajo...
Como auxiliar de enfermería tenía que ir completamente uniformada, y en un horario de nueve de la noche a nueve de la mañana hacerme cargo de Carlota y Fernando. A partir de ese horario yo me encargaría exclusivamente de los bebés, lo que incluía baño, biberones y sueño, para que la familia pudiera descansar.
El día que llegué a aquel lujoso palacio me esperaban sentados a la mesa los abuelos paternos, los padres de los niños y ellos, a veinticuatro horas de su llegada al mundo y recién salidos del hospital. Todo tenía que estar previsto y arreglado para que la primera noche en casa no se notase que Carla había dado a luz. Y así se habló y estipuló por adelantado.
Tendría mi propia habitación que compartiría con los niños, y libertad absoluta para hacer y deshacer durante mi horario de trabajo lo que quisiera, eso sí, siempre procurando que los nenes no molestasen durante la noche, para lo cual había recibido órdenes de manera anticipada.
Cuando los vi por primera vez no pude evitar sentir ternura, como gemelos que eran tenían poco peso pero eran tan bonitos que miré a los padres frente a frente y me pregunté cómo era posible.
Nos caímos bien desde el principio, Fernando era un niño tranquilo y Carlota se quejaba por cualquier cosa, pero los tres formábamos una especie de hermandad donde ellos comenzaron a familiarizarse con mi rostro y reír ante mis locuras. La cosa empeoraba más tarde, cuando después de las cenas familiares tenía que ponerles los batones de encaje y gorro a juego para exponerlos en el jardín ante la mirada curiosa de los invitados, presentándome impecablemente vestida y con ellos en los brazos. 
Era Agosto en Sevilla y solía tenerlos casi siempre desnudos y cómodos, pero si había invitados las órdenes eran muy concretas: batones de organza y encaje, gorro a juego y leotardos con patucos del mismo estilo. Recuerdo bien aquel circo estúpido donde los nenes no paraban de llorar mientras aquella sociedad exclusiva discutía sobre los parecidos familiares.
Fueron tres meses maravillosos en los que comenzaron a crecer y descubrir el mundo, mientras esa sociedad selecta colaboró aportando enormes bolsas de basura con ropa infantil usada de familiares y conocidos. A mi se me pagaban sesenta euros por noche.