lunes, 9 de septiembre de 2013

El toro de la Vega

Me acompañarán calle abajo los mismos que han programado mi muerte.
A una hora prevista con antelación mi destino estará fijado.
Gritarán a uno y otro lado de la calle y en mi temor, cometeré el error de seguir un camino establecido.
No habrá cruces ni coronas de espina, aquí el engaño estará oculto en el miedo, mi miedo.
Caminaré asustado por corredores hasta campo abierto, donde tendré que medir mis fuerzas con el hombre, un animal menos corpulento pero más astuto.
Dicen que existe una forma de salvarme, pero no es cierto. Nunca podré rebasar un límite que podría alargarme la vida si el pánico me obliga a seguir el camino programado. Jamás llegaré a mi meta si la lanza no la porta un sólo hombre, porque serán cientos...
Mi corpulencia unida a mis defensas naturales tampoco me servirán de ventaja, no será una sola lanza...
El pánico me acompañará desde el principio, en mi intento de buscar refugio me llevará equivocadamente hasta donde ellos quieren que lo haga.
Siempre iré escoltado por mis verdugos, los mismos que inventaron la fiesta de interés turístico.
Bajaré la calle del Empedrado hasta el puente de el Duero, cruzaré el mismo y miraré de frente al Cristo de las Batallas, allí me estarán esperando centenares de corredores para citarme y recordarme el camino, para que no me pierda. Luego se unirán los caballistas para escoltarme como trofeo anticipado hasta el campo del Honor donde comenzará todo, y conoceré por primera vez el brillo de una lanza, también la sentiré entrar en mi costado y brotar la sangre, con la que ellos se teñirán la cara y las manos.
Queda totalmente prohibido clavarla si no es con el propósito de matarme, debo morir con las fuerzas intactas, nobleza lo llaman...
Al miedo se le unirá ahora el dolor, porque serán muchas las lanzas que atraviesen mi costado hasta darme muerte.
Con suerte el tiempo pasará rápido y dejaré de oír sus gritos doblándome sobre mi propia sangre.
Me llamo Vulcano, tengo cinco años y peso 580 kilos.