martes, 3 de septiembre de 2013

Tocar con los ojos

Me gustaba observarle mientras dormía, sentada en una vieja mecedora apuraba lentamente un cigarrillo tras otro entusiasmada con la imagen que ofrecía el hombre desnudo sobre la cama.
Era esbelto como un junco, y al igual que él estancado en mitad de la noche, plácidamente imperturbable.
Respiraba de manera tranquila ajeno a mis ojos que descifraban hasta el mínimo detalle a través del humo. Respiraba despacio, y en cada una de sus expiraciones descendía su torso cubierto de una oscuridad casi enfermiza. Respiraba el hombre al compás del viento que entraba por la ventana desplazando el humo, ofreciéndome una imagen menos distorsionada, más real y nítida.
El sol y el mar habían curtido su piel durante el Verano. Pequeñas pecas doradas adornaban un rostro varonil cuya complicidad la remataba un mechón de pelo que caía con cierta ironía sobre su frente, y unos ojos rematados en oscuras pestañas rizadas, tan oscuras como el vello que le cubría el pecho.
Descansaba el hombre mientras los míos subían y bajaban por aquel terreno desconocido y árido, parándose en lugares concretos, como queriendo dejar marcadores de todo aquello en la memoria.
Imaginé sus caderas estrechas encajando como un guante en cualquier molde femenino, mientras contemplaba el sexo cubierto de vello oscuro y rizado, al igual que sus pestañas. Destacaba el órgano relajado sobre unos muslos firmes y largos y odié a cada mujer que hubiera encontrado un soplo de vida debajo de aquella estampa
La textura del miembro viril rugosa y apetecible me hicieron estremecer al pensar en cómo cambiaría su anatomía bajo el roce de mis labios. Fue inevitable llevarse las manos al sexo y temblar pensando en la calidez del suyo, en el contorno cruel de la forma.
Era la imagen de la perfección derramada sobre un lienzo blanco, santuario tentador donde clavar una bandera y construir el mejor de los refugios.
Respiraba el hombre y en cada inspiración se llevaba una parte de mi, consiguiendo, sin imaginarlo siquiera, que la humedad resbalase por cada junco estancado a los pies de una charca.